Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Julio 1985)

Una Iglesia junto al Pueblo

Revista nº18 (Cliquee para ver/descargar)“Una Iglesia anquilosada, cerrada sobre sí misma, una Iglesia que en nombre de una falsa tradición permanece marginada del mundo y de la vida, una Iglesia que es puramente ritualista, pero que va perdiendo su contenido; una Iglesia que ya no dice nada al hombre de hoy con sus profundos interrogantes, es una Iglesia infiel porque no responde a su cuna.
La Iglesia es, por esencia misionera. Es esencialmente dinámica y comprometida, como es comprometido el Hijo de Dios que se encarna y toma nuestra carne… Si la Iglesia quiere seguir siendo fiel debe seguir siendo pueblo”
Mons. Enrique Angelelli - 1973.

Nada mejor que apelar a una clara definición de Iglesia del primer Obispo Mártir argentino, al celebrar el noveno aniversario de su inmolación.

Y precisamente hoy cuando asistimos a la búsqueda contagiosa de una presencia eclesial junto al pueblo, viviendo y compartiendo las necesidades y las luchas de los más pobres.

Esta realidad que aflora y comienza a expresarse también entre nosotros promete inyectar sangre nueva a un cuerpo a veces envejecido por la parálisis y el descompromiso de algunos de sus miembros. Una vida de fe dinámica, abierta, llena de esperanzas en las posibilidades de construir un mundo mejor, una sociedad más justa, una comunidad fraterna.

Y no se trata de una vivencia individual y aislada. Son grupos de cristianos diseminados en la geografía cordobesa, como en otras latitudes del país, que palpitando la realidad cotidiana, quieren caminar junto al pueblo, compartiendo las ansías de protagonismo.

Asistimos a este alentador despertar de comunidades eclesiales silenciosas y a veces también silenciadas, en los barrios de nuestra Córdoba. Así quedó evidenciado en el primer encuentro realizado en junio, donde también apreciamos el aporte de una generación, que a pesar de su crecimiento bajo el oscurantismo del “proceso”, se manifiesta hoy como la esperanza de las transformaciones que la realidad exige.

Porque hay ganas de proyectar una presencia cristiana que verdaderamente sea signo de liberación. Y hay también necesidad de constituirse en una voz más que grite y denuncie las situaciones de marginación y miseria que nos rodean.

Cuando los cristianos buscamos encontrarnos para profundizar la reflexión sobre la realidad y la fe, no lo hacemos creyéndonos los mejores, ni los dueños de la verdad. Es bueno aclararlo porque nuestra misma Iglesia no ha estado exenta de esos aires de suficiencia y soberbia que no escasean en nuestra sociedad.

Por el contrario cuando nos reunimos es porque sentimos la necesidad de comunicarnos los problemas, de compartir las experiencias, de aunar criterios para hacer más efectivo nuestro granito de arena a la causa de la justicia y de la paz, que es la causa del pueblo y la causa de Dios.

Sabemos que estamos metidos en una realidad difícil, que requiere el esfuerzo de todos. Pero también sabemos que esas realidades injustas, no son obra de la causalidad ni de la “providencia”. Responden a intereses concretos que tienen nombres y apellidos, y que no son fáciles de remover, precisamente porque han estructurado “sistemas de dominación” en convivencia con los grandes centros de poder, que han hecho –y hacen– uso y abuso del dinero y de las armas para mantener sus situaciones de privilegio.

Por eso también son situaciones que no se remedian con paliativos. Necesitan de un cambio profundo que ataque las raíces mismas de una estructuración social basada en la explotación del hombre por el hombre, como reiteradamente lo ha denunciado también el Magisterio de la Iglesia.

Sentimos la urgencia de una Iglesia profética. Es la Iglesia de los mártires, que en estos meses de Julio y Agosto nos tocan muy de cerca por que tienen nombres y rostros de conocidos y amigos.

“Si la Iglesia quiere ser fiel al Evangelio –decía Mons. Angelelli– hay que jugarse hasta las últimas consecuencias. Y Cristo nos da el ejemplo. A él lo matan en nombre del orden establecido y de una tradición mal entendida”.

Como se mató entre nosotros en nombre de la “civilización occidental y cristiana”. Como se persiguió y calumnió a muchos de los nuestros, deformando la verdad, tergiversando la historia; o condenado al silencio a los testimonios más transparentes de compromiso con los más pobres que nosotros sintetizamos en nuestro Obispo Mártir como signo y perfil de una tarea evangélica que nos plantea el hoy argentino, y que necesita expresarse en todo esfuerzo que realiza el pueblo por avanzar en sus conquistas sociales.

Es la interpelación de nuestros mártires, y nuestro mejor homenaje será entonces no callar la verdad del Evangelio y del Pueblo, por la que entregaron sus vidas.

Equipo Responsable
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