Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Mayo-Junio 1987)

Un Espíritu de justicia

Revista nº32 (Cliquee para ver/descargar)“Sobre él he puesto mi Espíritu,
para que promueva la justicia en las naciones”.
(Profeta Isaías, 42, 1-2)

Cada Pentecostés, como actualización de la presencia del Espíritu Santo en la comunidad de los creyentes, nos replantea la responsabilidad de ser “testigos” en el mundo que vivimos del Mensaje de Vida, anunciado por Jesús y sellado con su martirio y resurrección.

Los ecos de la visita de Juan Pablo II, los acontecimientos políticos de Semana Santa y sus “coletazos”, la falta de respuesta a tantos reclamos populares, la perspectiva electoral y la repercusión nacional de las problemáticas latinoamericanas y mundiales nos urgen a una reflexión más seria y comprometida para ser fieles al Evangelio y al Pueblo.

Los cristianos reunidos en el ENCUENTRO DE LAICOS realizado en Córdoba a principios de año, señalaron con insistencia esta necesidad, a la par de fomentar un mayor intercambio de las distintas experiencias de compromiso que laten a lo largo y a lo ancho del país. Un camino que, como “pasos del Espíritu”, contó este año con el aporte –un tanto imprevisto– del teólogo de la liberación Enrique Dussel; y tendrá también otros hitos importantes en el Seminario de Formación Teológica, de julio en Viedma con la animación del teólogo chileno Rolando Muñoz, así como el Congreso Nacional de Catequesis o los Encuentros a realizarse en Tilcara (Jujuy) y en Formosa, de comunidades de Base.

Las actividades regionales a nivel eclesial, como el desarrollo de los encuentros de la Coordinadora de Comunidades Cristianas de Córdoba o los actos de homenaje a Mons. Angelelli, que serán la ocasión para recuperar el testimonio de tantos hermanos inmolados por la causa del Evangelio y del Pueblo, van señalando el fortalecimiento de una presencia de “la Iglesia de los Pobres”, según definía el Papa Juan XXIII, que en Argentina necesita “levantarse”, como exhortó Juan Pablo II, para ser fiel a su misión.

No podemos eludir nuestra responsabilidad ante la gravedad del momento que vivimos. Por eso nos hemos alegrado de ver a tantos hermanos en la fe, participando en las calles de nuestras ciudades en defensa de la democracia donde “el pueblo se movilizó, como un solo hombre, más allá de toda opción sectorial o partidaria” (Mons. Jorge Novak).

Nuestra presencia sin embargo debe avanzar con la participación en la búsqueda de soluciones. Necesitamos para ello fomentar el debate acerca de la realidad actual y la responsabilidad de los cristianos en ella. Aún más, urge debatir las formas concretas en ese compromiso con la realidad, que necesita profundas transformaciones sociales y políticas, debe efectivizarse, para que la opinión que se asuma responda a criterios evangélicos.

Sin habernos embanderado en un partido determinado, como TIEMPO LATINOAMERICANO, hemos sostenido que los cristianos debemos hacer explícita nuestra fe en el terreno político, aportando activamente en la construcción de alternativas que respondan fielmente a los reclamos y necesidad del pueblo.

Para ello no necesitamos, como cristianos, generar estructuras políticas propias. Basta con sumarnos, pero en un protagonismo efectivo, a los esfuerzos de organización y sinceramiento político que, desde distintas vertientes, se viene realizando.

En este marco, no sólo hemos respetado, sino que hemos impulsado el compromiso concreto de todos y cada uno de quienes hacemos posible este servicio periodístico, porque en esto también debemos “predicar con el ejemplo”.

Optamos por este criterio, aunque ello implique el riesgo del encasillamiento prejuicioso o de la rotulación fácil, porque entendemos que no podemos alentar a los otros, sin asumir personalmente un testimonio concreto en la responsabilidad de “ensuciarse” con las realidades de “este mundo”.

Pero insistimos en que el compromiso con los pobres y su liberación, no requiere en nuestra realidad de un “aparato político de cristianos esclarecidos”, sino más bien un testimonio consecuente y un acompañamiento real a los esfuerzos que desde las villas, los barrios, las universidades, los sindicatos, etc., se viene realizando para reiniciar creativamente un camino, que recogiendo lo mejor de las luchas pasadas y desechando sus errores, tenga la valentía de aportar efectivamente a las realidades nuevas que nos toca vivir.

Sólo así habremos asumido el ser “sal” que se diluye para renacer en un nuevo sabor, o de ser “fermento” para una transformación real.

Este es el impulso del Espíritu en este nuevo Pentecostés que vive nuestra Iglesia en Latinoamérica.

“Promover la Justicia en las naciones” (Is. 42), como obra del Espíritu que anida en nosotros, es el desafío bautismal que debemos concretar en esta Argentina que vuelve sus ojos y sus brazos a sus hermanos de Latinoamérica para construir la Patria Grande de nuestros mayores.

Equipo Responsable