Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Mayo 2004)

Cultivar la vida

Revista nº75 (Cliquee para ver/descargar)Desde la más antigua y genuina tradición de los cristianos, cultivar la vida es la responsabilidad principal. Por eso la muerte de Jesús acaba en resurrección.

El culto a la muerte es sustituido por el culto a la vida. Esa es la Pascua, el paso decisivo, la opción fundamental.

Hacemos memoria de este paso como forma de prolongar la vida. El “hagan esto en memoria mía” de la última cena de Jesús es el mandato de hacer presente la vida compartiendo el pan. Bueno es remarcarlo: no se trata de la vida vivida de cualquier modo, sino de la vida con la opción de compartir el pan. Es decir, la vida con un proyecto de justicia, libertad y solidaridad.

Por eso celebramos la muerte y resurrección de Jesús.

Para eso hacemos memoria de nuestros mártires.

El testimonio de los que nos precedieron alienta el camino y la tarea de hoy. Y si pueden dar aliento es que viven entre nosotros.

No miramos el pasado para lamentarlo o añorarlo. Lo hacemos para traerlo al presente como fuerza contagiosa para las luchas de hoy.

Este es el sentido de la memoria de nuestros mártires: No nos quedamos en su muerte, que fue un instante de su vida, sino que rescatamos la trayectoria de sus vidas, con sus compromisos, ideales, sentimientos, convicciones y también debilidades y limitaciones.

Y en esas realidades concretas, de personas comunes a quienes les arrebataron la vida por participar en la construcción de una sociedad más justa, alimentamos, desde el pan compartido, nuestra tarea de cultivar la vida, que no es otra cosa que hacer realidad el mandato evangélico de que todos “tengan vida y vida en abundancia”.

Seguimos reclamando justicia y verdad porque no se puede construir una nueva sociedad sobre a base de la impunidad y la mentira con que quisieron borrar nuestra memoria. No se puede cultivar la vida sin salir del fango de la muerte.

Pero además, arrebatando la vida, ocultando los rastros criminales, desapareciendo los cuerpos, pretendieron anular la identidad, los rostros y los nombres, de quienes se empeñaron en la construcción de una sociedad mejor. Por eso los esfuerzos por identificar a los desaparecidos enterrados clandestinamente como NN adquiere la profunda significación de restitución de la identidad, como parte necesaria en el proceso de recuperar la memoria histórica.

Cultivar la vida como pueblo, también es recuperar la propia identidad, que se rehace a cada paso mientras se protagoniza la historia. Reconocerse en la historia recuperada es valorar las raíces que se fortalecen mientras el árbol tiene vida, y que se pudren cuando domina la muerte. Hacer memoria es aportar a la propia identidad.

Por eso estamos empeñados en la tarea de rescatar del olvido la vida de tantos hermanos/as y compañeros/as que vivieron con sinceridad y consecuencia su decisión de trabajar y luchar por cambios sociales, económicos y políticos profundos que fueran portadores de dignidad y justicia.

Muchos de ellos lo hicieron desde su inspiración cristiana. Otros fueron motivados por distintas ideologías. En todos afloró esa justa indignación ante el reinado de la muerte para las mayorías empobrecidas; situaciones hoy agravadas luego del imperio ejercido por el neoliberalismo tanto en nuestro país como en toda Latinoamérica.

Abrevando en esa memoria y urgidos por las múltiples expresiones de muerte cotidiana que nos rodean, nos sentimos animados por los nuevos aires de resurrección que nos impulsan a apostar por el culto a la vida.

Cultivar la vida desde el rescate de la Vida de nuestros mártires es afirmar la cultura de la vida por sobre la muerte, la misma que en la resurrección de Jesús ha sido vencida.

Equipo Tiempo Latinoamericano