Editorial (Noviembre de 2004)

El camino recorrido

Al finalizar el 2004 deberíamos hacer un balance para ver el camino recorrido y plantearnos los desafíos para el 2005. Cada grupo, comunidad o sector social no puede eludir esta responsabilidad si se plantea apuntar en serio a una nueva Argentina, con justicia social.

Desde la realidad que sufren los que están en el piso de la sociedad, y como imperativo de nuestra identidad cristiana, no podemos terminar el año celebrando igual que todos. Si cada día un centenar de niños mueren en el país por causas evitables nosotros, al menos, no podemos festejar.

Sí podremos celebrar una esperanza que nos alienta mejor que años anteriores. La Navidad para nosotros será una apuesta por nuevos nacimientos, reconociéndonos como sociedad en un parto doloroso, plagado de dificultades, en ambientes hostiles o desprotegidos como en Belén, aunque con el calor del amor y la pasión que despierta toda nueva vida.

Apostar a la vida no es renegar de las realidades cotidianas de muerte. Es partir de las adversidades para generar una realidad diferente. Y no se puede hacer sin implicar en esta tarea todo lo que somos, y en los terrenos más diversos en los que se debate la vida. Sobre todo aquellos que nos resultan los más incómodos, riesgosos, complicados o confusos.

Es precisamente en estos espacios donde podremos verificar si la encarnación es una apuesta de vida o sólo un dogma intelectualizado de fe. Meterse en el barro de las miserias humanas o quedarse en el discurso de las realidades celestiales. Nuestro balance deberá valorarse por sus frutos.

Como pueblo valoramos una mayor toma de conciencia sobre los derechos que hacen a la dignidad humana. Y esta valoración alentada también por un discurso que va derribando las supuestas verdades instauradas por la cultura neoliberal, sustenta y profundiza el reclamo de cambios sociales y políticos que no pueden demorarse. Es cierto que venimos del subsuelo de una patria doblegada, y muchos de estos falsos valores del neoliberalismo exigen que los cambios se instalen en nuestras cabezas y nuestros corazones. Pero también es real que hemos avanzado en la necesidad de salir de nuestras individualidades, nuestros grupos cerrados, nuestras comunidades seguras para aventurarnos en una construcción plural y muchas veces incierta con los diferentes, aceptando las limitaciones y superando las barreras que impiden articulaciones mayores.

Ser artífices de la unidad, que es todo lo contrario a la uniformidad, sigue siendo una cuenta pendiente. Las fuerzas que puedan acumularse serán en la medida de los avances que podamos conseguir como sociedad para lograr cambios profundos en la realidad cultural, con la reinstalación de valores solidarios, en la realidad política con nuevas herramientas y modos de participación y representación, y en la realidad económica con una justa redistribución de la riqueza que abunda en nuestro país.

No es fácil pero tampoco imposible. Sobre todo si partimos de nuestro compromiso personal en una acción colectiva. Y no nos quedamos de brazos cruzados esperando un líder salvador o el maná llovido del cielo. La responsabilidad, desde que el verbo se hizo carne, es nuestra. Y no hay forma de esquivarla si no queremos caer en la herejía o la traición.

En el balance de este año no podremos evaluamos sobre lo que los demás no hicieron si antes no asumimos las propias responsabilidades. Tampoco corresponde ampararnos en falsas prudencias, que al decir de Mons. Angelelli, esconden complicidades. Nuestra tarea deberá hacerse oportuna o inoportunamente como recomienda San Pablo. Y en medio de esas realidades conflictivas tendremos que remover todo lo que impida la vida. Porque en esta Navidad redoblamos el compromiso con la vida y la vida en abundancia para todos.

Equipo Tiempo Latinoamericano