Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Octubre de 2007)

Desde hace 25 años. En el Cristianismo de Liberación

Revista nº86 (Cliquee para ver/descargar)Nacimos en octubre de 1982, cuando la dictadura retrocedía a regañadientes, intentando allanarse el camino a la impunidad, con el ferviente apoyo de la cúpula eclesiástica que pregonaba una reconciliación sin verdad y sin justicia, mientras el pueblo se animaba a una resistencia cada vez más activa.

Fue el nuestro un nacimiento casi a oscuras, apenas avisado entre quienes como sobrevivientes de una gran calamidad nacional, nos fuimos sintiendo convocados para desempolvar de camuflajes los valores y convicciones que nos habían animado al compromiso social y político y tanto nos había costado, sobre todo por la ausencia de muchos y muchas que compartieron el camino y quedaron sin nombres, lugares ni fechas.

Era una obligación. Una interpelación ineludible. Tanto por el ayer como para el mañana. Porque sabíamos que sería imposible reiniciar la marcha sin el rescate de la memoria. Por eso desde el inicio fue lo que nuestro obispo mártir Enrique Angelelli nos había señalado: “Con un oído en el evangelio y otro en el pueblo”. El lema elegido, que nos acompaña desde entonces.

Vimos necesario decir nuestra palabra. Que en realidad no era nuestra, sino de tantos otros que empezaban a recuperar su voz. Y lo hicimos desde nuestra inspiración cristiana, animados por aquellas mismas motivaciones evangélicas que nos habían lanzado a los distintos escenarios de las luchas sociales, sindicales, políticas y culturales en las décadas anteriores. No era poca la historia que cargábamos como responsabilidad de transmitir, pensando especialmente en los jóvenes.

Tratamos, a veces con timidez, de avanzar en medio de una realidad que había sido modificada hasta en sus raíces. Porque la represión política y militar no sólo nos había golpeado en parientes, amigos, hermanos y compañeros. Era el tejido social el que estaba destrozado por el “sálvese quien pueda” del reinado neoliberal. Y aquí era donde había que dar la batalla. En el terreno de la cultura, porque hasta nos había violado en nuestra propia identidad, encandilándonos con el brillo del primer mundo, mientras seguíamos hundiéndonos en el tercero, cada vez más pobre, explotado e invisibilizado.

Aprendimos a valorar la democracia, seguros que desde aquí es más fácil pelear la vida, la libertad y la dignidad. Enseguida también nos dimos cuenta que sólo con ella no alcanzaba para comer, educarse y vestirse, como se repetía en las letanías de la democracia. Pero seguimos convencidos que aunque renga, era y es preferible.

Por eso la defendimos cuando se la amenazó, en la Semana Santa de los carapintadas. Más allá de que una dirigencia política timorata, en vez de respaldarse en el pueblo movilizado, optó por iniciar el camino de la impunidad a los crímenes de lesa humanidad, prolongado en estos largos años. Y con ello la mayor debilidad para enfrentar al poder económico que se instaló a pleno en los diez años de menemismo. Fue cuando se profundizó el modelo neoliberal con privatizaciones, precarización laboral y desocupación; destrucción de la industria nacional, de la educación, del sistema público de salud, del régimen previsional y tantas otras lacras que aún perduran de lo que pretendió instalarse como discurso único en el final de una historia, que no pudieron consolidar, porque los pueblos nunca se suicidan.

Así fue como también desde nuestra revista acompañamos aquella larga resistencia de las organizaciones sociales que proliferaron como medios de sobrevivencia en cooperativas, ollas comunitarias, clubes de madres, apoyo escolar, microemprendimientos laborales, etc.…

Profundizamos la reflexión de la nueva realidad con la publicación de aportes de teólogos, biblistas, sociólogos y demás cientistas sociales de Latinoamérica, que también invitamos para animar nuestros encuentros, cursos y debates.

Fue un duro aprendizaje porque nos obligó a ver la caída de viejos paradigmas y el surgimiento de nuevos pensamientos, que se fueron articulando y fortaleciendo en las distintas latitudes latinoamericanas, desde la reflexión de las nuevas prácticas sociales, que también se reflejaron en nuestra revista. Porque quisimos aportar compartiendo lo que se hacía y lo que se pensaba. Lo de la pastoral aborigen, los encuentros de las CEBs, el movimiento de mujeres, los seminarios de formación teológica. También lo del CESEP o el CEBI en Brasil, lo del DEI en Costa Rica, lo del Centro Luther King en Cuba, lo del Centro Valdivieso o el CEPA en Nicaragua y tantos otros en Chile, Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, Colombia, México o Canadá, contando con la activa solidaridad de organizaciones cristianas de Holanda, Austria e Inglaterra.

Como iniciativa y responsabilidad laical, nunca perdimos de vista que debíamos recuperar la política, que también habían querido robarnos, con el descrédito en base a la complicidad de una dirigencia que aprovechó para enriquecerse, porque la corrupción era parte esencial de ese robo.

Pero debíamos recuperar la política desde la fuerza organizada de la sociedad civil, expresada en los movimientos populares. Consigna no fácil de implementar porque mientras tanto había que sobrevivir cada día porque la pobreza se agiganto y el hambre se extendió gravemente en toda la geografía nacional.

Desde nuestras motivaciones evangélicas muchas veces sentimos la soledad de los que buscan en medio del desierto. Porque las cúpulas eclesiásticas siempre estaban ocupadas en otras cosas. Pero nos fuimos encontrando con otros que buscaban lo mismo que nosotros en otras latitudes. Y eso nos fortaleció en la convicción de que más valía poner esfuerzos en multiplicar y extender lazos de solidaridad, que gastar energías en denunciar una estructura eclesiástica que se había tornado más impermeable, como forma quizás de tapar sus propias complicidades. El esfuerzo no debía centrarse en engordar estructuras sino alentar la marcha y el crecimiento del movimiento popular, siempre empeñado en luchar por la vida en abundancia para todos, que es lo realmente evangélico.

Optamos por seguir caminando en la opción por los pobres, con laicos, sacerdotes y obispos que se habían mantenido consecuentes en sus vidas y venían contagiando a las nuevas generaciones, mientras se acompañaba la lucha de los nuevos sujetos sociales que despertaban en nuevos escenarios de protagonismo, con las comunidades de base, las movilizaciones indígenas, las luchas de las mujeres y las nuevas realidades laborales y sindicales.

Quisimos mantener abiertas las páginas de la revista a las diferentes opiniones en los nuevos debates impuestos por el neoliberalismo y las nuevas realidades latinoamericanas que abren posibilidades para que los procesos democráticos se amplíen mediante la redistribución de la riqueza, los espacios de decisión participada y el afianzamiento de una cultura que exprese y reafirme la identidad de nuestros pueblos.

A 25 años no creemos haber logrado todo lo que nos propusimos. Sería presuntuoso. Pero sí pensamos que desde este rincón del sur latinoamericano, hicimos nuestro aporte a ese cristianismo de liberación, que lejos de quedar sepultado por la represión política y eclesiástica, se ha mantenido en el rescoldo para avivarse en nuevas llamas de compromiso, alentadas por el soplo del espíritu martirial que preservamos como memoria para seguir andando, nomás.

Equipo Tiempo Latinoamericano