Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Julio de 2020)

El Pan de los Pobres

Revista nº106 (Cliquee para ver/descargar)
“El pan de los indigentes es la vida de los pobres,
privarlos de él es cometer un crimen.
Quitar al prójimo su sustento es matarlo,
privarlo del salario que le corresponde es derramar su sangre.”
(Libro de Ben Sira, 34,21-22).

Estas enseñanzas que el rico empresario Ben Sira aprendió de los “sabios”, y escribió – en el Eclesiástico – doscientos años antes que Jesús predicara sus bienaventuranzas (Mt. 5,3-10) como proyecto de fraternidad, solidaridad y justicia a realizar en la comunidad humana, han vuelto en esta primera mitad del 2020 a enrostrarnos una responsabilidad que no acabamos de asumir.

La pandemia del COVID19, que en todas partes del mundo azota de un modo especial la vida de los más empobrecidos, también en nuestro país y el continente latinoamericano volvió a cuestionar las bases injustas de la sociedad en la que vivimos.

Puso en escena el insultante escándalo de las riquezas acumuladas por una minoría mezquina de argentinos, mientras la inmensa mayoría vio agravada sus posibilidades de asegurarse el pan de cada día, por la parálisis económica que impuso el contagio del coronavirus.

Saludable para la nación argentina fue conocer los nombres y apellidos de las familias y las empresas que nunca podrán explicar con transparencia cómo acapararon esas multimillonarias fortunas. Y revelaron la miseria moral en la que viven, porque lo hacen sin que palpiten corazones abiertos y solidarios, al ser incapaces de compartir el pan con todas y todos. Vidas miserables que rebajan su propia dignidad humana.

El crimen que cometen los enriquecidos a costas del sufrimiento y el hambre de los pobres, merece el juicio condenatorio de una sociedad que quiere construirse con los lazos de la fraternidad. A lo largo y a lo ancho del país, los sin pan siguen contagiando la práctica solidaria de las ollas comunitarias, los merenderos, las cooperativas, amasando y compartiendo el pan de cada día. Es “nuestro pan”.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”, no es la plegaria individualista, que en soledad espera que caiga del cielo. Sino la de quienes aceptan construir, aquí en la tierra, el Reino de Amor y Justicia; y por eso necesitan alimentarse todos los días para fortalecer una construcción que no es fácil, porque tiene que derrumbar el mundo construido en base al egoísmo y la acumulación de bienes que pertenecen a todos y todas. La sociedad fraterna y justa no se hace sin común unión, sin unidad popular. Sino con la generosidad de aceptarse limitados y necesitados cada una/o de los otros/as. Y por eso la capacidad de comprender las dificultades para evitar divisiones que impiden el ejercicio de la solidaridad y el fortalecimiento de la vida comunitaria. El Padre Nuestro es la plegaria de quienes se experimentan hermanos y pueden compartir el PAN que alimenta las luchas cotidianas para la distribución justa y equitativa de todos los bienes visibles e invisibles.

“El pan es para todos”, decía nuestro mártir y beato obispo Enrique Angelelli. Y en ese empeño una comunidad diocesana procuró extender la organización de la solidaridad para que “la TIERRA sea de todos los que la trabajan”.

Allí estuvo Wenceslao Pedernera –campesino, mártir y beato–, como tantos y tantas vidas comprometidas en transformar las realidades de injusticias, por arrebatos de tierras que los latifundistas usurparon explotando el trabajo de varones y mujeres durante generaciones. En ese camino, las cooperativas campesinas despertaron la reacción de los poderosos que fue violenta y criminal, porque cuestionaron sus abusos y privilegios.

Al reclamo de justicia por el crimen de Wenceslao aún impune, unimos la memoria de proyectos, luchas y experiencias; no para repetirlas en realidades distintas, sino para abrevar en el testimonio de energías capaces de movilizar construcciones comunitarias de organizaciones populares, como fue la vitalidad de los campesinos/as y maestras/os en el Movimiento Rural. Y es hoy, como fue ayer, la paciente tarea y el persistente compromiso de los movimientos sociales en las villas, barrios y zonas más alejadas y olvidadas del interior profundo de nuestra ancha y ajena geografía nacional.

Este 2020 tan especial, que vivimos con riesgos y dificultades, pero también con esperanzas en nuevas oportunidades de cambios importantes, nos desafía a rescatar las facetas positivas de lo padecido y a asumir los aprendizajes del aislamiento social obligatorio de la prolongada cuarentena. Pero especialmente a poner el empeño en profundizar las posibilidades de mejorar nuestras conductas, individuales, sociales, políticas, económicas, eclesiales y culturales, para que las realidades por venir, aunque conflictivas, sean favorables al cuidado de la Casa Común; y en ella proveer el pan, el agua y la tierra para todas y todos.

Equipo Tiempo Latinoamericano